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En una máquina de coser instalada en un pequeño taller del oriente de la ciudad, Yucu López López traza con paciencia figuras que evocan la sierra y los ancestros de su natal San Sebastián Teponahuaxtlán. Hija de jornaleros, nacida en comunidad wixárika, su historia es la de una migración forzada por la necesidad y convertida, con perseverancia, en un proyecto que reivindica la tradición: Costurería López.
“Yo empecé en los campos de Zacatecas, cortando cebolla y chile. Ahorraba lo que podía porque tenía el sueño de comprar una máquina. Así empezó todo”, relató en el programa Ke Aku ne Iwaruma, de Jalisco TV.
Y es que ese primer instrumento cambió el rumbo de su vida: del trabajo temporal en la agricultura al oficio artesanal en Guadalajara.
Su taller no solo produce piezas de ropa. Es un espacio donde se resguarda un legado. “La vestimenta wixárika no es solo ropa, es identidad. Aunque estemos en la ciudad, aunque estemos lejos de la sierra, vestirnos así significa que seguimos vivos como cultura”, subrayó la artesana.
El programa conducido por Jobis Shosho abordó también un tema espinoso: la apropiación cultural. ¿Quién puede portar un traje wixárika? Yucu responde sin rodeos: “Siempre con respeto y con mucho orgullo hacia nuestras tradiciones. Lo importante es que se valore lo que hacemos y no se demerite”.
El caso de Yucu López refleja un fenómeno mayor: la migración indígena hacia las capitales, donde la vestimenta tradicional se convierte en símbolo de resistencia, de arraigo y también en fuente legítima de ingreso. En un país donde los trabajos de campo siguen mal pagados, el emprendimiento artesanal abre la posibilidad de sostener la economía sin abandonar la herencia cultural.
La historia de esta costurera wixárika ilumina un reto para México: garantizar que el valor de estas piezas llegue a las manos correctas. Plataformas de comercio justo, consumidores conscientes y apoyo institucional son las claves para que cada bordado no solo sea un acto de memoria, sino también de dignidad económica.
Mientras tanto, en su máquina de coser, Yucu López sigue uniendo hilos y colores que cuentan una historia más grande que la suya: la de un pueblo que, aun en la gran ciudad, resiste puntada tras puntada.
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