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Este lunes 22 de septiembre, dio inicio el equinoccio de otoño en el hemisferio norte, un fenómeno astronómico que marca el fin del verano y la llegada del otoño.
Durante esta jornada, el Sol se ubica sobre el ecuador celeste, lo que provoca que la duración del día y la noche sea prácticamente la misma en todo el planeta. A partir de entonces, las jornadas en México serán cada vez más cortas, hasta alcanzar su punto más extremo en el solsticio de invierno, el próximo 21 de diciembre.
UN EQUILIBRIO SOLAR
El término “equinoccio” proviene del latín aequinoctium, que significa “noche igual”. Aunque la refracción atmosférica y el tamaño aparente del Sol hacen que el día dure unos minutos más que la noche, la simetría resulta suficiente para que el evento sea reconocido como un equilibrio entre luz y oscuridad.
En esta fecha, el Sol saldrá casi exactamente por el este y se ocultará por el oeste, un fenómeno que ocurre únicamente durante los equinoccios.
HERENCIA CULTURAL EN MÉXICO
El fenómeno no solo tiene un interés científico, también guarda un fuerte simbolismo cultural. En sitios arqueológicos como Chichén Itzá, la luz proyecta una figura serpentiforme sobre la escalinata de la Pirámide de Kukulkán, un espectáculo que cada año atrae a miles de visitantes y refleja el conocimiento astronómico de las civilizaciones mesoamericanas.
Más allá de la espectacularidad visual, el equinoccio de otoño es también un recordatorio de la estrecha relación entre la humanidad y los ciclos cósmicos que marcan los ritmos de la naturaleza y la vida cotidiana.